La internacionalización de las grandes cotizadas
La mejor herencia de esta última crisis fue que las empresas pequeñas y medianas se abrieron también a los mercados exteriores.
La principal transformación estructural de la economía española ha sido la apertura de las relaciones comerciales y financieras al exterior. Esta internacionalización empresarial, que se ha intensificado especialmente desde nuestra entrada en el euro, presenta entre otras ventajas las de la diversificación geográfica de las fuentes de ingresos, las mayores posibilidades de crecimiento y la acumulación de experiencias en entornos de competencia. Estas circunstancias hacen que cuanta más internacionalizada está una empresa mejor opera a su vez en su mercado de origen, y mejor afronta las perturbaciones económicas asimétricas, es decir, las que afectan a regiones específicas. Esto quedó más que patente en la anterior recesión, en la que las empresas con menor exposición a la demanda interna mostraron una mayor resiliencia, que les permitió liderar la recuperación interna.
La mejor herencia de esta última crisis fue que las empresas pequeñas y medianas se abrieron también a los mercados exteriores. Pero este logro no hubiera sido posible sin la avanzada que, al respecto, llevaban las grandes cotizadas españolas. En este sentido, el acceso a los mercados internacionales de capitales ha sido un factor dinamizador de la expansión exterior. Y es que un freno tradicional de nuestra apertura ha sido el reducido tamaño de nuestro tejido empresarial, por lo que ha resultado crítica y diferencial la responsabilidad tractora en nuestras exportaciones e inversiones exteriores de nuestras grandes empresas, a través de sus efectos multiplicadores indirectos e inducidos que alcanzan a la práctica totalidad del tejido empresarial.
Para entender este fenómeno, cabe mencionar que solo las 35 principales empresas cotizadas (el denominado Ibex) emplean globalmente a un millón y medio de personas y que su valor añadido bruto directo equivaldría aproximadamente al 8 por 100 del PIB español. Estas grandes empresas cotizadas son compañías multinacionales de referencia, con ventajas de competitividad específicas en sus sectores, que, gracias a su desempeño, su presencia internacional y visibilidad, son el principal exponente de la marca España. En la actualidad, los ingresos procedentes del exterior de este grupo de empresas representan más de dos tercios de su facturación total, lo que contrasta con el mayor sesgo doméstico en la procedencia de los ingresos del resto de empresas de la economía española, en la medida que las exportaciones totales suponen más de un tercio del producto.
La internacionalización de nuestra economía se traduce no solo en la actividad exterior sino también en la propiedad foránea de su capital, que viene a reflejar la confianza de los inversores en las empresas españolas. Se estima que los inversores no residentes tienen una participación en empresas españolas que es el del 46% en las empresas cotizadas y del orden del 23% en el caso de las no cotizadas. Esta notable participación de inversores extranjeros supone, a su vez, una importante palanca de apoyo para el citado proceso de internacionalización.
Este protagonismo de las grandes cotizadas en nuestra internacionalización obliga a ser especialmente prudentes y cautelosos con las medidas que inciden diferencialmente sobre ellas. Así, por ejemplo, la propuesta de no corregir íntegramente la doble imposición por rendimientos de filiales, que supondría tributar dos veces por el mismo rendimiento, entorpece la operativa en el exterior, que se desarrolla especialmente a través de estas figuras. De igual modo, la propuesta de introducir un impuesto que grave las transacciones sobre las acciones de empresas españolas de más de 1.000 millones de capitalización aumenta el coste de capital de estas compañías, con el consiguiente deterioro de su competitividad, cuando han sido y son los principales actores de nuestra internacionalización y del progreso, bienestar y empleo asociado a la misma.
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